En breve se cumplirá un año del cierre del
Centro Penitenciario de Mujeres de Alcalá de Guadaíra, en la provincia de
Sevilla, único centro hasta entonces, exclusivo de mujeres en Andalucía y es
momento de preguntarnos qué fue de las casi 80 mujeres que cumplían condena en
este centro y cómo vivieron el cierre y su
traslado.
Este cierre, en principio, parece que obedece
a la idea de conseguir que no exista dispersión y desarraigo de las mujeres
privadas de libertad, de tal manera que no se vean alejadas de sus residencias
habituales y sus seres queridos y obligadas a cumplir su pena a muchos
kilómetros de lo que fue su hogar. De esta manera, el apoyo familiar y los lazos
con la comunidad no se rompen y se favorece la reinserción social.
Por tanto, bienvenida la tendencia de futuro
de que los centros penitenciarios sean mixtos, eso sí, siempre que exista una
integración plena en tratamientos, actividades, destinos, talleres
productivos..… porque no dudo de la intencionalidad positiva de la decisión,
pero tras la experiencia vivida, al menos por ahora.… no la encuentro.
Ya en los meses previos al cierre, se
respiraba mucho nerviosismo, angustia, indecisión sobre si solicitar traslado a
otras provincias que ya tuvieran módulos de mujeres, también había quien
manifestaba miedo; todo ello muy lógico si pensamos que el traslado sería a un
centro diseñado por y para hombres, salvo unos años en los que existió una
unidad mixta. Y por qué no decirlo, se notaba en el ambiente cierta
incredulidad, debido a los anuncios previos de cierre que quedaron en meros
conatos. Recuerdo una chica que estaba muy preocupada por su traslado al mismo
centro donde se encontraba su agresor, con quien tenía una orden de alejamiento
y desconocía la solución que iban a aplicar porque. no lo vais a creer, pero alguien
en algún momento planteó su traslado a un centro en otra provincia pese a ser
la víctima y con menores a su cargo…
Es cierto, que si bien Alcalá de Guadaíra no
era un centro penitenciario al uso, con sus peculiaridades, carencias y rozando
lo que pudiera parecer un colegio mayor pero de máxima seguridad, si se me
permite el símil, en los últimos años había cambiado considerablemente, con su
apertura a las entidades sociales para que pudieran intervenir y desarrollar
programas, cubriendo necesidades de las mujeres que allí cumplían condena,
necesidades que a la administración le resultaba imposible cubrir. Prueba de
ello, el Consejo Social Penitenciario Local fue creciendo en número y generando
una magnífica coordinación entre el equipo técnico y directivo y el tejido
asociativo.
La estructura del centro, convertido desde
hacía años en su totalidad en módulos de respeto, no permitía una
extraordinaria separación interior, pero con los años habían conseguido al
menos una mínima división por perfiles. Y así, se dividía en tres áreas: La de
mayor número de módulos era de respeto y aglutinaba el grueso de la población
penitenciaria, en el que fue módulo de madres se organizó el módulo de extra
respeto donde se incorporaban perfiles primarios, jóvenes, algunas personas de
edad avanzada, mujeres sin adiciones.. y por último, nos encontramos con el
módulo de aquellas que estaban con destino en cocina. Estando situados estos
dos módulos en una zona intermedia entre el centro de cumplimiento en sí y la
zona de oficinas de gestión y dirección. La escuela y el médico estaban en el
interior, por tanto, las mujeres del módulo de extra respeto y cocina podían
transitar desde sus módulos al interior, siguiendo los controles y las normas
oportunas.
Añadiré que la decoración dulcificaba la
imagen que se puede tener del interior de un centro penitenciario y se palpaba
el sesgo de género con sus cortinas y sus bordados, imagen favorecida por el
remanso de paz de sus alrededores; que pese a ello, no evitaban la dureza de
estar cumpliendo una pena privativa de libertad.
Al hilo de esto, también recuerdo algunas
mujeres, sobre todo primarias, que nos comentaban que habían solicitado
traslado desde otros centros penitenciarios de Andalucía, aun cuando Alcalá estuviera más lejos de sus domicilios,
porque sentían verdadero terror estar en aquellos centros y en sus primeros
meses lo habían pasado muy mal.
Como dato puntual a resaltar del
funcionamiento diario, deciros que iniciaban el día con una asamblea en la que
participaban junto a las mujeres privadas de libertad, trabajadoras sociales,
educadores, psicóloga y se compartían e intentaban resolver conflictos que se
hubieran podido generar, además de la
organización de tareas, bienvenidas a nuevos ingresos si los hubiera… y lo que
las necesidades del momento hicieran preciso. Por tanto, diariamente tenían
contacto con el personal técnico no sólo con funcionariado de vigilancia.
Además diariamente, contaban con múltiples
actividades, tanto en horario de tarde como de mañana, de tal forma que algunas
nos decían que se les pasaba el día enredadas en mil cosas.
Muchas de estas mujeres tienen problemas de
salud mental y es de resaltar la buena y eficaz práctica que se daba en las
reuniones mensuales del PAIEM (módulo para personas con problemas de salud
mental) donde intervenía siempre el psiquiatra, personal técnico de prisión y
entidades sociales, obteniendo una valoración integral de estas mujeres y el
itinerario a seguir para su programa individualizado de tratamiento.
Antes del cierre definitivo, muchas mujeres
solicitaron traslados a otras provincias y otras tantas, fueron clasificadas en
tercer grado por cumplir el perfil y los requisitos para ello. Al menos, el
cierre sirvió para la excarcelación de algunas mujeres que, de lo contrario,
habrían terminado de cumplir sus condenas en segundo grado.
Si has llegado hasta aquí leyendo pensarás que
el centro penitenciario de Alcalá de Guadaíra era un lugar idílico para cumplir
una pena de prisión, pero no era el objetivo de estas letras, porque como os
decía, este sistema adolecía de grandes carencias; eso sí, como dice el refrán
otros vendrán que bueno te harán …
Y así llegamos a que un día, previamente
anunciado, estas mujeres que cumplían su condena en un centro pequeñito pensado
por y para las mujeres, con su organización, estructura, particularidades,
carencias… y su separación interior (mínima pero existente) son trasladadas en
dos "tandas" a un centro penitenciario hasta la fecha exclusivo de hombres y
metidas, al rededor de unas 60 mujeres, en un único módulo de la unidad de
cumplimiento, todas mezcladas, jovenes, mayores, con o sin adiciones, con o sin
problemas de salud mental, primarias, reincidentes, etc… De la noche a la
mañana, de un centro entero en exclusiva para ellas, se pasó a convivir todas
juntas en un sólo módulo, sintiéndose abandonadas y olvidadas, y transcribo literalmente.
La entrada fue de lo más esperpéntica, según
nos relataron días después, ya que se sintieron como en una feria de ganado en
el que al pasar el público presente va escogiendo la res que más le interesa o
gusta, hasta terminar en el redil.
En las primeras semanas, si no meses, las
peleas y conflictos eran constantes, llegando en muchas ocasiones a las manos,
ya no tenían sus asambleas diarias con el personal de prisión y la gestión de
conflictos en ese panorama que estaban viviendo era complicada y más bien el
módulo era un "polvorín". Las caras conocidas que en sus últimos meses e
incluso años de vida las habían
acompañado y las conocían a la perfección, no se habían incorporado aún en su
mayoría ya que estaban esperando la aprobación de los destinos. Así en este
panorama, la situación era tan preocupante que, con buen criterio, se habilitó
otro módulo (de respeto) para así establecer una mínima separación por perfiles
en otra unidad, la denominada Unidad Mixta. Pero, yo me pregunto ¿dónde dejamos
el sufrimiento vivido, era necesario, no se podían haber previsto estas
circunstancias y haber evitado una doble penalidad?
¿Y tuvieron mejor fortuna aquellas que se
marcharon a otras provincias donde los centros penitenciarios contaban ya con
la experiencia del funcionamiento de un módulo de mujeres? Pues según nos
cuentan algunas de ellas, no fue así, al menos con las que hemos seguido el
contacto y terminaron en centros en los que solo hay un sólo módulo de mujeres
sin ninguna separación interior de perfiles. Pensaron que por estar
consolidados los módulos estarían mejor organizados, con más destinos,
actividades… algo parecido a lo que habían dejado atrás; por lo que se
arrepienten de su decisión.
En la actualidad, en general, existe mucha
desmotivación entre las mujeres privadas de libertad, mucha prescripción
farmacológica, deterioro por consumo de tóxicos y demanda de actividades y
mayor atención; Y podría decirse que con el traslado (sea cual sea el centro
penitenciario donde hayan terminado) han pasado a tener calificación de
población penitenciaria de segunda y tener que compartir con la población
mayoritaria su vida diaria, y ya sabemos lo que suele ocurrir con las minorías.
Así, para terminar, espero haberos contestado
a la pregunta con la que iniciamos, pero os dejo otra en el aire:
Siendo las mujeres una minoría en el sistema
penitenciario al representar el 7,2% de la población penitenciaria, y viendo
las deficiencias y carencias existentes el sistema, no tendríamos que preguntarnos
si, ¿no es momento de revisar el modelo actual de cumplimiento de penas
privativas de libertad y la organización y estructura de los centros
penitenciarios, para que las mujeres dejen de ser población penitenciaria de
segunda?
MARIA LUISA DIAZ
QUINTERO
ABOGADA (Sevilla)